Monumento natural de La Caldera y Pico de Bandama
El monumento natural lo componen dos unidades bien definidas, el pico y la caldera de Bandama, situados al noreste de la isla de Gran Canaria. Con 574 metros de altura, el pico de Bandama es el mayor de los volcanes formados en la historia reciente de Gran Canaria, y sus emisiones de piroclastos cubrieron una extensa superficie en las cercanías. La caldera de Bandama, por su parte, es también de las mayores en su género, con unos 1000 metros de diámetro y alrededor de 170 de profundidad. Su topónimo proviene de un comerciante flamenco del siglo XVI -Daniel Van Damme-, que compró los terrenos de la Caldera para dedicarlos al cultivo de la vid.
Ambas estructuras tienen un origen conjunto. El proceso eruptivo comenzó hace unos 5000 años, con una fisura de 1,5 kilómetros de longitud, generada por las tensiones ocasionadas por el ascenso del magma, que inicialmente formó un surtidor longitudinal de piroclastos, pero que pronto evolucionó hacia dos puntos de emisión, alrededor de los que se crearon sendos conos de lapilli. Mientras el cono situado más al sur comenzaba a experimentar violentas explosiones, debidas a procesos freatomágmáticos en los que una veta de agua subterránea incidía con la chimenea magmática, el cono ubicado al norte sufrió una gran actividad estromboliana y aumentó de tamaño de forma considerable, levantando el hoy Pico de Bandama, cada vez más cubierto por picón. Entonces, por este cono comenzaron a brotar lavas y se formó una colada que incluía grandes bloques erráticos en suspensión, y que llegaría hasta Marzagán, tras recorrer el valle de los Hoyos. Mientras, en el cono más al sur seguían las explosiones y se generaron coladas piroclásticas que se encaminarían más al sur. Posteriormente, este cono, que conformaba ya una gran caldera, sufrió un tremendo colapso ocasionado por el peso de los materiales sobre la cámara magmática vacía. Con este episodio se detuvo definitivamente la actividad eruptiva, cuando el edificio tomó su actual configuración. A partir de entonces, ha sido la actividad erosiva la que ha provocado el retroceso de las paredes, formando torrentes y rajones de erosión que crecen en las fracturas ya existentes.
La flora de la caldera de Bandama se halla adaptada a un clima con pocas precipitaciones invernales y largas temporadas secas durante el verano, así como a una fuerte presión antropomórfica que ha condicionado su expansión. Situada en el pasado en el bosque termófilo denominado «Monte Lentiscal», hoy se pueden localizar varias especies arbóreas, como los lentiscos, acebuches, palmeras, dragos, sabinas, almácigos, mocanes, marmolanes, etc. Entre su flora también existen endemismos canarios, como puedan ser guaydiles (Convolvulus floridus), orobales (Whitania aristata), tajinastes (Echium callithyrsum) y malvas de risco (Lavatera acerifolia), entre otras. Además posee una variada flora liquénica. Existen indicios de la presencia en el pasado de especies más propias del monte-verde, como los laureles (Laurus nobilis y Laurus barbusana), así como de madroños canarios (arbutus canariensis), entre otros, gracias a la mayor retención de humedad que provoca la caldera.
En el interior de la caldera existen también yacimientos arqueológicos de los pobladores originarios de la isla, como la denominada Cueva de los Canarios. Se trata de un grupo de cuevas artificiales labradas en la ladera norte de la caldera, al sureste del Pico, y bajo él. En ellas puede observarse una distribución espacial a dos niveles. En el superior, con cuevas que tal vez tuvieron la función de habitaciones; y en un nivel inferior, con presencia de un granero, que pudiera haber sido, además, una estancia destinada al almacenamiento de bienes y enseres. Sobre las paredes del fondo del granero puede contemplarse uno de los rasgos más significativos de esta cueva: la existencia de grabados rupestres.
La conquista castellana y la explotación del Monte Lentiscal (XV-XVI)
Antes de la conquista castellana, el bosque termófilo dominaba el paisaje del Pico y la Caldera de Bandama. Tras la conquista el uso del espacio se transforma, debido a las nuevas necesidades energéticas y superior tecnología para modificar el espacio natural. El asentamiento del Real de Las Palmas convierte al Monte Lentiscal en la principal fuente de madera, lo que se intensificó con la construcción de los ingenios azucareros en Telde. La madera se destinaba fundamentalmente a la construcción, leña, carbón y para alimentar las calderas de la industria azucarera.
Con la conquista de Gran Canaria se introduce un sistema colonial basado en el «realengo». Mediante este sistema de propiedad pública del suelo se permite el uso comunal del espacio por parte de los colonos, regulados por la Ordenanzas del Cabildo. En 1531 el Concejo de Gran Canaria lanza medidas proteccionistas debido al terrible deterioro al que está sometido el espacio. Otro factor fue el rápido desarrollo de los caminos que comenzarían a unir el noreste de la isla. Desde el Real de Las Palmas se trazan caminos hacia el interior, donde se atraviesa el bosque y se establecen rutas hacia lo que hoy sería Santa Brígida o hacia Telde. Caminos secundarios como el de Los Lirios cruzarían los bordes del Pico de Bandama hacia La Atalaya. Estos caminos asentarían la sustitución de especies propias del lugar por otras de utilidad agraria, provocando una radical transformación del paisaje. Con la aparición de los terrenos de cultivo se desarrolla una red de canales de agua (acequias) cada vez más importante, así como la introducción del pastoreo con cabras.
A partir de siglo XVI comienza el fin del sistema de realengo, donde las tierras eran propiedad de la corona, quien la arrendaba a través del Cabildo insular. Poco a poco el Cabildo comienza a vender las tierras en Bandama a diferentes propietarios. Esta nueva política generó conflictos entre los dueños de explotaciones agrícolas (partidarios de la privatización) frente a los ganaderos (partidarios de mantener el carácter público del monte). Aspirantes a comprar terrenos ilegalmente destruían el bosque para justificar su cultivo. Asimismo las explotaciones agrícolas aumentaron ilegalmente de tamaño, así como se usurparon tierras.
La privatización de la tierra y la deforestación (XVII-XVIII)
El proceso destructivo al que fue sometido el bosque Monte Lentiscal supuso también la introducción de la erosión antropomórfica, al degenerar los suelos deforestados, que eran desplazados por los torrentes de agua, a mediados del siglo XVII. La fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País en el último tercio del siglo XVIII inicia las tendencias proteccionistas con lo que queda del Monte Lentiscal, aplicándose moratorias en la tala y las primeras reforestaciones (como fuente de recursos para los habitantes).
A finales del siglo XVIII los escarpes de la caldera serán los únicos vestigios del antiguo bosque, que ya nunca recuperaría su esplendor. Gracias a la inaccesibilidad de los riscos y al alto grado de taffonización y diaclasamientos verticales muchas semillas y brizales han supuesto el sustento para la supervivencia de la riqueza florística que la caldera ostenta en la actualidad.
La industria y el paisaje del vino (XIX-XX)
A principios del siglo XIX prácticamente se ha completado el proceso de privatización y se inicia junto a otros propietarios de la zona una explotación de vinos que alcanzaría su apogeo durante ese siglo.
Las graves dificultades económicas por las que atravesaba el Cabildo convirtió el proceso de venta en una subasta donde los grandes propietarios salieron beneficiados. Durante todo el principio del siglo XIX el carácter público de la tierra pasó a manos privadas, un fenómeno que no sólo afectó a la caldera y al pico, sino a todo el espacio que hoy conocemos por Bandama.
El siglo XX, principalmente desde su segunda mitad, supone el abandono de la explotación vinícola, junto al sustancial incremento de la población que afectó a todo el antiguo bosque, siendo la caldera y el pico los únicos supervivientes de un paisaje natural urbanizado.
La caldera en la actualidad (XX-XXI)
Entre los años 60 y 70 del siglo XX el Cabildo de Gran Canaria adquiere la caldera, lo que permite un cese de la actividad de explotación y por tanto una recuperación de la vegetación, que había sobrevivido refugiada en sus paredes, comenzando un lento avance que continua en la actualidad. Durante este periodo se produce un desmantelamiento del tejido agrario preexistente. La expansión demográfica de Las Palmas de Gran Canaria provoca que todos los alrededores del Pico y la Caldera de Bandama hayan sido usados para la construcción de viviendas y urbanizaciones residenciales, dada la franca decadencia de la explotación agrícola y la fragmentación de las propiedades por parte de los herederos de grandes extensiones de tierra.