La ‘vuelta al mundo’ en un día

Imagen histórica de la 'Vuelta al mundo'

Imagen histórica de la ‘Vuelta al mundo’

La denominada como “La Vuelta al Mundo” era un recorrido que partía de Las Palmas, pasaba por Telde, la Higuera Canaria, el Barranco de la Angostura, La Atalaya, el Pico de Bandama, el Monte Lentiscal y finalizaba nuevamente en la capital. Se trató de la primera excursión turística organizada en Gran Canaria. Inicialmente se realizaba en tartana, y más tarde pasó a efectuarse en “pirata”.

Las Islas Canarias, por su posición estratégica para el tráfico marítimo, se convirtieron a partir del siglo XVI en una región conocida y visitada por marinos, comerciantes y viajeros de los imperios coloniales europeos, que contribuyeron a difundir sus cualidades por todo el mundo. El paisaje volcánico, la vegetación exuberante, su clima, el «misterio» de sus antiguos pobladores, atrajeron  particularmente el  interés de las élites europeas  ilustradas  que  las visitaban. Al mismo tiempo, el estudio de la vegetación centró también el interés de los científicos. Las expediciones de Bougainville (1766), Cook (1768) y La Pérouse (1785), recolectaron materiales botánicos, aunque fue la corta visita de Humboldt a Tenerife en 1799, acompañado del botánico A. Bonpland, la que terminó de dar renombre universal a las Islas.

Otro elemento que pasó a formar parte de la imagen europea de las islas fue el buen clima, cuyas propiedades curativas eran resaltadas a partir de los informes consulares británicos. Se destacaban allí la salubridad de la atmósfera y las aguas que, a tenor de las investigaciones científicas, probaban  su benignidad ante la tuberculosis. Y además de todo ello, la rusticidad de la población local y el supuesto ambiente oriental de las islas, muy del gusto de la literatura de viajes, terminaron de dar forma a la primera caracterización turística de las islas.

Así pues, la primera imagen turística de Canarias la elaboraron fundamentalmente los ingleses, para los que las Islas, además de favorecer el cultivo de productos tropicales, se convirtieron en centro de instalación de alojamientos terapéuticos para enfermos pulmonares. A partir de estos hechos, las Islas Canarias pasaron a formar parte importante de las numerosas guías turísticas que se publicaban en Europa.

Es en este contexto de afluencia turística creciente en el que, a fin de adecuarse a las demandas de los forasteros, Santa Brígida inició a lo largo del siglo XIX un profundo cambio en su paisaje que la convertiría en el primer núcleo turístico de Gran Canaria. Apuntan en esta dirección la apertura de distintos establecimientos hoteleros en la zona del Monte Lentiscal, como el Quiney´s Bella Vista Hotel en 1894, al que siguieron el Hotel Santa Brígida en 1898, y el Victoria, como hoteles sanatorios para enfermos británicos de pulmón y reumatismo. Y la puesta en actividad de estos locales vendría a revalorizar los espacios del municipio, que comenzó a ser conocido tanto por la espectacularidad del volcán y la caldera de Bandama, como por los paisajes de viñedos y lagares o del pago troglodita de La Atalaya.

Turistas realizando la 'Vuelta al mundo'

Turistas realizando la ‘Vuelta al mundo’

Es así que, para complementar las estancias de los visitantes, se iniciaron en seguida los trayectos turísticos, especialmente el que comenzó a ser conocido como “la vuelta al mundo”, y que conocemos en buena medida por el diario de viaje de la inglesa Olivia Stone, que lo recorrió en 1883. Por ella sabemos, por ejemplo, lo tortuosa que resultaba la carretera que, desde Las Palmas, conducía a Santa Brígida, del mismo modo que relató la admiración que le produjo la contemplación de los campos cultivados de viñas, que le recordaban a la campiña inglesa. Describió la visión del paisaje de la Caldera como “de intensa sorpresa y admiración ante el hecho de que la Naturaleza pueda haber creado algo tan perfecto (…). Cuando la sensación de maravilla, que en un principio nos domina totalmente, disminuye, es la apacible belleza del paisaje lo que embarga nuestros sentidos”.

En su ruta observó también las faenas de las lavanderas de La Atalaya, así como detalla una descripción del poblado troglodita, del que la impresionaron “estas curiosas casas como madrigueras, con sus habitantes salvajes y casi incultos”, y en el que prestó especial interés al proceso de elaboración de la loza, y dejó escrito que los pobladores elaboraban “toda la alfarería de barro que se utiliza en los campos, en especial cántaros, braseros y vasijas para tostar café, que vendían en la ciudad».

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